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14 de Octubre, 2010 · General

El club de los corazones destrozados


 

8

 

Luis Olmedo, el abnegado editor de uno de los periódicos locales, sacudió su parsimonia junto con su veterana chalina de un solo hilo, mientras pensaba en el extravagante personaje que, a esas alturas de su tarea, se había convertido en pocos menos que un amigo, una persona de confianza, un allegado, es decir, alguien casi de su simpatía, de su entorno.

  Por ello es que se permitió pensar, muy adentro suyo, como sería la vida sentimental del tal, señor Zutano. ¿Habría algo en ese amontonamiento de relatos del héroe urbano que indicara signo alguno de sentimentalismo, de pasión, de un enamoramiento de Alcibíades Zutano?...Buscó entusiasmado, Olmedo, entre tanta página entremezclada.

  En verdad, ¿qué encerraría el corazón de este hombre? ¿Sería soltero? ¿Tendría esposa, tal vez? ¿Viudo? ¿Separado o divorciado…?

  Una hoja perdida entre tantas lo dilucidó. Zutano aparentemente era soltero…Solterón a estas alturas. Nunca su estampa había atravesado los portales de seis hojas de la iglesia mayor de la ciudad. Tampoco su figura estoica había atendido a las recomendaciones prenupciales de don Pedro Caballero o de Cruz Celestino Cruceño, en las altas oficinas del Registro Civil bellvillense.

  ……………………………………………….

   Zutano logró verla un día por la mañanita. Ella bajaba las grises escalinatas del Correo Argentino, como quien desciende de una nube…Como quien regresa de algún cielo, de alguna nave nodriza o de sostener una audiencia con algún intendente municipal.

  Su incorrupto corazón se sacudió en corcovos llamando la atención de su entendimiento. Nunca la había visto, nunca había visto nada igual. Nunca, a decir verdad, se había fijado en mujer alguna.

  Su impericia amorosa lo indujo a obrar precipitadamente. Lo espontáneo de ese desconocido sentir lo mal aconsejó en esa delicada circunstancia. La cuestión es que, Alcibíades Zutano, no supo aguantarse y le dijo a la muchacha… ¡Muy buenos días…como dice que le va, buena moza!!! A lo que, la desprevenida jovencita, respondió… ¡Bien! y ¿A usted?

  La frase en devolución fue determinante para Zutano. Su frágil mundo pareció partírsele debajo de sus zapatos Gomycuer de calce 43. El corazón volvió a repetir la jineteada y su entendimiento entendió la sutileza.

  Solo que, para esta respuesta conseguida, el hombre del bigote y los anteojos marxistas, no encontró una segunda arremetida. Y no contestó.

  La joven dobló por la Belgrano como quien busca la plaza Haedo y, por dos años, cuatro meses y veintiocho días, nada supo de ella Zutano.

  Por ese lapso peregrinó el varón. Supo del amor antes de estar enamorado. Supo del abandono antes que lo abandonaran, supo de la ausencia antes de que se le escaparan de sus brazos. Aprendió a llorar de angustia por un rostro que ni siquiera recordaba.

  A nadie pudo consultar para saber la ubicación de la morada de esa niña, por que no sabía su apellido, ni su nombre, ni siquiera el color de sus ojos, solo su aroma…Polyana 555 o Ambré de Watteau, algo así.

  No obstante, se autoimpuso el cometido de no olvidarla. Para ello le inventó nombres, a los que iba cambiando de acuerdo a las estaciones del año, según el atuendo que él le imaginaba. La muchachita fue Griselda Ausonia Doval durante el otoño siguiente. Fue Emelina Rita Avallay desde el comienzo del invierno hasta mitad de la primavera correlativa. También se llamó Laura, fue Delfina, fue Silvia, fue Beatriz fue Belkis, Guadalupe, también María, Inés, Alicia, Isolina, pero solo por algunos días.

  Le supuso suéteres, camisolas, poleras ajustadas al talle, soleras multicolores, tops extravagantes. Todo eso, pero nunca le vio vestidos. Siempre imaginó al objeto de sus anhelos enfundado en un tradicional par de pantalones negros. Quizá, por que así la había visto cuando descendía las escaleras del Correo. Tal vez de regreso de enviar una apasionada misiva a un amor lejano que estaba en trance de retorno, a quien la joven dedicaría todos sus pensamientos. Quizá, pensaba Alcibíades Zutano, para su martirio.

   Pero nada de de eso lo amilanaba. Su fervor era tal que supo sobreponerse a los malos pensamientos y mantuvo en alto su esperanzado sueño. Volverla a ver para ya no perderla nunca más.

   Como un avezado ajedrecista, esta vez planificó detalladamente su estrategia para el momento que él sabía que llegaría. El del segundo y definitivo encuentro con la niña…digámosle… Silvina Cabaleiro, acorde a los últimos cambios climáticos.

  “¿Buenos días, como le va, preciosura…?” “¿Cómo le va bonita, que dice, chiquita?” “¡Tanto tiempo sin verla!” “¿Me haría usted el enorme agasajo de acompañarme a un bar cercano para tomarnos un cafecito y poder conocernos mejor?”…Y cosas así.

  Dos años, cuatro meses y veintiocho días después, Alcibíades Zutano volvió a ver a la mujercita.

  Eran las 20:08 de un viernes de primavera, una mansa y apacible tardecita bellvillense.

  Ella, como cruel jugarreta del destino, volvía a descender las grises escalinatas del Correo Argentino, tenía el cabello suelto y una minifalda de antología. Era ella, nomás. Se lo volvió a demostrar su corazón en pleno festival ecuestre, dando inmediato aviso a las entendederas.

  Sobre el pucho la abordó Zutano. Lo impulsaban su enloquecido corazón, su estudiada planificación y el aroma a Polyana 555 o Ambré de Watteau, que exhalaba la criatura celestial.

  Cuando ella alzó la vista encontró el vidriado marco de las gafas del ardoroso embelesado, que escuchó caer muy dentro suyo, toda la batería de estratagemas que había sabido elaborar pacientemente, para cuando llegara ESE momento.

  “… ¿Un café…?” –solo atinó a decir Zutano.

  “¡Bueno, vamos!” le respondió inexplicablemente la jovencita, tomando del brazo derecho al casi muerto.

  La pareja enderezó por la calle Córdoba con un andar orgulloso que no pasó desapercibido para los rutinarios transeúntes que desde la otra vereda los espiaban y desde un Ford 47 negro, que pasaba lleno de chicos del colegio San José.

  Ya ubicados en una preferencial mesa, ambos se sonrieron mutuamente dos segundos antes de intentar llamar al mozo.

 Con el aliento recuperado a duras penas, Alcibíades Zutano rompió el silencio con una pregunta de cortesía.

  -¡Que casualidad volverla a ver después de tanto tiempo saliendo usted del Correo!!!

  -No es casualidad, caballero, yo trabajo allí hace 18 años…

  Azabaches nubarrones volvieron a cortinar el firmamento del atribulado A.Z. Pensar que perdió dos años, cuatro meses y veintiocho días, por el simple motivo de no ocurrírsele ingresar al interior de la institución postal o por no tener costumbre de intercambiar correspondencia con algún pariente lejano, aunque más no hubiera sido…

  -No…recuerdo su…nombre…señorita – balbuceó Zutano, pleno de estremecimientos.

  -No me lo había preguntado antes…Me llamo Ángela Rosa Patricia Maidana…mi padre es conocido…Luis “el Nene” Maidana, le dicen…

  -Otra pregunta…espero no incomodarla… ¿Cómo es que aceptó usted, tan repentinamente, conversar con…un desconocido total, como yo?

  -¡Ji, ji, ji (rió la joven). Le voy a contar, usted parece un buen hombre…Sucede que acaban de ascenderme en mi empleo…Me adjudicaron la categoría más alta, con un muy buen sueldo y me trasladaron como jefa a una sucursal de… ¡Capital Federal!!!!...Viajo mañana para comenzar el lunes… ¿No le parece un sueño de Cenicienta, lo mío??????

  El protagonista de estas modestas y atropelladas letras, bajó la mirada hasta llegar al cordón de sus zapatos. Su desconsuelo se emparentó tácitamente con la inmensa alegría que había recibido apenas quince o diecisiete minutos antes; cuando, una mujer, hermosa mujer, había posado sus ojos sobre los suyos por vez primera.

  El café se enfrió más lentamente que de costumbre en esa circunstancia. Cuando Zutano volvió a ver el rostro de Ángela Rosa Patricia, ella lo estaba mirando emocionada. Pero esa alegría reconocía otras motivaciones, en las antípodas de la tristeza de Alcibíades.

  -¡Gracias! ¡Sinceramente, le agradezco que haya compartido esta felicidad conmigo, señor!!…

  -No tiene por qué…-musitó el gentilhombre.

  -Ahora, si me disculpa, me voy corriendo a contar la novedad a mi familia… ¡Se van a quedar de una pieza con la buena nueva!!!...Además, tengo que preparar la valija...¡¡Uyyyy, tanto quehacer me queda!!!!

  -No se preocupe, ojalá tenga éxito en su nueva carrera…-ofreció galante, al fin y al cabo, Zutano.

  Dos cafés. Con diez pesos abonó el caballero de los ojos asombrados. Acomodó su Spencer raído para no marcar los codos, se alisó el bigote con la izquierda, mientras, con la otra, hizo como un ademán de saludo al dependiente. Buscó la puerta.

  Noche cerrada en Bell Ville. Si no embroman mucho las tormentas vamos a tener una linda primavera –pensó el flamante miembro de un universal club donde se inscriben automáticamente los que llevan destrozado el corazón.

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publicado por pico a las 22:23 · 1 Comentario  ·  Recomendar
 
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Comentarios (1) ·  Enviar comentario
Me gustó tu relato, che, tiene mucho aire porteño, humor e ironias. Es una lástima que no hayas colgado otro, para reirme otro tanto. Un abrazo.

Mengano
publicado por Roberto, el 03.12.2011 15:15
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