V
El marqués y la mala prensa
Los tiros iban y venían, la intensa penumbra reinante no hacía otra cosa que colaborar activamente para que la confusión generalizada se adueñara por completo de esos terribles momentos. Gritos por doquier, corridas y sobresaltos, sirenas y más balas, acompasadas por un estrépito ensordecedor, mezcla de ayes e improperios diseminados a diestra y siniestra.
Una mujer vencida, de bruces sobre el asfalto mojado, llora desconsoladamente ante el imperturbable rostro exánime de su amado ultimado. Un Ford convertible 1946, ofrece sus cuatro ruedas al cielo, acribillado a balazos y envuelto en llamas.
Mis manos se inundan de sudor, mi pulso se acelera en progresión geométrica, mi gesto poco a poco comienza a desencajarse. No puedo más, no doy más.
Rápidamente, en una acción involuntaria, salté de mi butaca y abandoné la sala del cine Rex, con rumbo verdaderamente incierto. En mi cabal huida, me iba juramentando firmemente, no volver a asistir a proyección alguna de películas recomendadas por cierta gente. Nunca más.
Debo haber repetido en audible voz la letanía de mi convicción autoimpuesta, dado que alcancé a advertir que más de una persona, se conmovía ante mi paso presuroso hacia la nada.
Sobre las quejumbrosas tablas de la pasarela de calle Sarmiento, logré dominar mi agitación. A pasos de la vereda que da a la Terminal de Ómnibus, ya se había recortado la silueta de don Agustín, mi aliado extemporáneo.
-¡Salud! ¿Cómo dice que le va, joven…?
-¡Uf! ¡No salgo de un sobresalto que ya tengo otro encima…!!
-¿Perdón?
-Es que, hay veces que me parece que…hablo solo… ¡y, eso me preocupa, don Agustín!
-¡Yo conocí mucha gente con el mismo problema…! Sin ir más lejos…
-¡No!... Mejor…hablamos de otra cosa… ¿Le parece?
-Correcto…le voy a contar la importante relación que existió entre el marqués de Sobremonte y la población de Frayle Muerto… ¿Quiere?
-Dele… –desganado respondí, aceptando la alternativa.
Y, de inmediato, el ilustre muerto aparecido, se despachó con una pormenorizada alocución sobre la personalidad de Sobremonte y los vínculos con esta parte del planeta.
“Parecería ser que el susodicho noble, a la sazón, Rafael Núñez, Castillo, Angulo, Bullón, Ramírez de Arellano, tercer marqués de Sobremonte - tal su completa y pomposa denominación real- a quien conocimos en nuestros sacrificados estudios primarios y secundarios, por su protagonismo a la hora de las invasiones inglesas de 1806 y 1807; tuvo una destacadísima intervención desde que asumiera en noviembre de 1784 como primer gobernador intendente de Córdoba.
Así, mientras se dedicaba a acrecentar su prole con doña Juana María de Larrazábal, hasta alcanzar la nada despreciable cifra de 12 hijos; mandó limpiar y arreglar las calles de la ciudad, hizo construir la primera acequia que llevó a Córdoba agua corriente del río Primero, mandó construir el paseo que hoy lleva su nombre y organizó las defensas contra las crecientes del río. Abrió la Escuela Gratuita y del Gobierno, creó en la Universidad de San Carlos la cátedra de Derecho Civil; dividió la ciudad en seis cuarteles para mejor atención del vecindario, encargó el primer alumbrado público, fundó un hospital de mujeres y prestó especial atención a la Justicia, muy descuidada por la distancia con Buenos Aires.
Su trabajo no se limitó a la ciudad. Recorrió el territorio a su cargo y comprobó las malas condiciones en que vivía la gente del campo y de los poblados, agobiados por impuestos y malones. En algún momento ordenó que no se sacara trigo del territorio para paliar la situación de los habitantes. También, obligó a los dueños de minas a mejorar las condiciones de trabajo de sus obreros. En cuanto a los indios, a los que pagaban tributo, trató de cobrarles lo más cómodamente posible. Para combatir los malones eligió la vía de crear y fomentar fortines y poblados” –descerrajó de un solo tirón el historiador venido desde lejos, tal como si se encontrara dando la mejor lección, ante los insobornables tribunales del Colegio Monserrat.
-Fenómeno, el marqués, don Agustín…pero… ¿Por acá sabía que también vivía gente? –dije, desafiante y chauvinista.
-No solamente por aquí. Venía de fundar Río Cuarto y La Carlota, por lo que, dos por tres, las salas de la promisoria población de Frayle Muerto, se veían honradas por la presencia del gobernador, quien advertía un mañana fulgurante para esta parte de la provincia, por lo que decidió elevar de categoría a la conocida aldea, otorgándole el carácter de “villa”. Mediante un decreto, sus argumentos resultaron irrebatibles al manifestar que la flamante villa “se encontraba sobre el camino Real hacia Buenos Aires y disponía de terrenos pertenecientes a la Capilla, destinados a poblarse”.
De inmediato, Sobremonte, delegó en un juez la tarea de distribuir las parcelas para los futuros asentamientos, formulando la salvedad de que “el terreno no era muy apto para caballadas” atento a la fitogeografía pampeana y llanera, densamente boscosa y cercana a la “laguna de la herradura”.
-¿De cuál laguna me habla, don Agustín…? ¡Si acá nunca hubo nada parecido!
-Error…mi desinformado amigo. Yo le voy a contar… En los tiempos que le estoy narrando, existía una especie de brazo del río, con sus barrancas, que era alimentado por los desbordes del “Paso Grande”, allá por la avenida España. En cada crecida las aguas llegaban a dar hasta el cementerio San Gerónimo. De allí regresaban por el edificio de la Policía, hasta “La Batalla”, de donde se dirigían finalmente a desembocar en el viejo “Paso de las Pichucas”, donde hoy supimos encontrarnos, en la pasarela de calle Sarmiento. Lo que quedaba involucrado en el medio de esta laguna, incluida la propia iglesia, formaba una especie de isla, dándole un aspecto extraordinariamente particular.
-¡A la flauta! ¡Quién lo hubiera dicho! Y… ¿Qué fue de la vida de Sobremonte?
-A pesar de tantos beneficios que legara para estos territorios, Rafael de Sobremonte, fue tremendamente cuestionado por la prensa de aquellos entonces encabezada por el deán Gregorio Funes, quien lo desestimaba permanentemente bajo acusaciones de corrupción. Nada de lo que del gobernador proviniera, era de aceptación, para ese grupo de ilustres ciudadanos con decisiva influencia social para esos años. Tan determinante fue la opinión de los “funistas”, que ayudó a la historia a colgar el sanbenito de cobarde al marqués, mientras cantaba “Al primer cañonazo/ de los leales/ escapó Sobremonte/ con sus caudales”, cuando ocurrieron las invasiones inglesas.
-¡Que me dice, se ve que siempre en estas tierras ha existido la mala prensa interesada!
-Así parece, amigo…
-¿Y, ahora, don Agustín?
-Ahora me despido, ¡joven preguntón!!
-¡Cómo! ¿Se va tan temprano? ¿No vamos a tomar ni un traguito?
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