Bienvenida ley de primavera. *Por Luis David Picolomini.
Seis de la tarde del jueves y ninguna referencia a la noticia más importante de los últimos tiempos vinculada precisamente a eso, a las noticias. El proyecto de ley de medios audiovisuales ya tiene media sanción por el voto positivo y democrático de más del 50 por ciento de la cámara de representantes argentina. Lo que se dice un acto de reparación histórica. Algo que, de aprobarse también en el Senado nacional, representa un anhelo abrigado desde 1980, cuando fuera instaurada, de facto,
una ley que signó la manera de brindar información, de expresarse y de comunicar actualidad de todo el abanico de la prensa vernácula. Esta ilegítima norma, sufrió peores intenciones, al ser adaptada por el gobierno democrático consagrado en los singulares años ’90.
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Nótese que, hasta estas líneas, no ha sido mencionada la fatídica palabra kirchnerismo o el impropio sustantivo propio “Kirchner”. De eso se trata.
Es que esta necesidad de una legislación que ampare a lo audio-visual, constituye una deuda que todo el país se debía a si mismo. Excede, le queda grande de sisa, lo supera, al kirchnerismo, a Néstor y a Cristina. El gobierno que ellos representan en este momento, tenía la obligación civil y política de proponer al Congreso de la Nación que trate un proyecto de ley al respecto.
Y el proyecto llegó, anduvo de principio de año de organización en organización, sumando necesidades, agregando intenciones e integrando puntos, comas y diferentes miradas sobre el particular. Pueblos originarios, ONG, catedráticos, cooperativistas, intelectuales, religiosos, estudiantes, periodistas, locutores, cronistas, operadores, artistas, entre otros. El
aporte fue nutritivo.
Menos la oposición estructural. Ella no opinó. Ella volvió a hacer lo que mejor sabe; descalificar, distorsionar y dilatar.
Que quienes se sientan perjudicados por ver afectados sus históricos privilegios clamen por cataclismos sobre la Casa Rosada, vaya y pase. De eso se trata, del privilegio, del poder obeso que solo quiere seguir fagocitando lo que brote. De eso se trata, del limite, de las instituciones y no de la prepotencia del más dotado virilmente.
Que maldiga rencoroso el “grupo” que deberá compartir la torta que significan los usuarios de televisión por cable, de tal modo que no resulte pornográfico que en Bell Ville se abonen más de 100 pesos por el servicio mientras que, una incipiente cooperativa de su zona aledaña, lo estipule en menos de 50 pesos.
Que se autoprovoque disfonía la señora Rebeca, porque sus patrones de Mitre deberán retroceder en su ambición de avanzar sobre las modestas radiodifusoras locales, las que solamente se proponen comunicar lo que les pasa todos los días a sus propios vecinos.
Que a todos ellos y a los apóstoles que dejarán de cobrar su aporte extra, fruto de haber negociado caídas de ojos con los gobiernos de turno, provinciales y nacionales, les moleste, vaya y pase.
Ahora, convengamos. Que los que padecen desde un sacrificado medio, desde un micrófono ya vetusto, desde un estudio en ruinas, desde una magra facturación mensual, víctimas paradigmáticas del axioma que consagra cuasi laburante de cuarta al comunicador social. Que ellos se muestren funcionales a semejante desproporción, la que concentra en “grupos” el 90 por ciento de los medios de comunicación del país, es, sencillamente, lamentable.
Que se pronuncie que una ley de medios no es prioritaria, mientras se insulta porque el extranjero del supermercado subió la mercadería, es eso.
Es similar al recordado politiquero bellvillense que aullaba en la plaza pública, que no nos debía preocupar la suba del dólar, “total nosotros no vamos a viajar a Estados Unidos”. Es eso. Es proteger a los eternos factores del poder real de un país. Los que deponen, los que bendicen, los que postergan.
Mientras , celebremos que hoy podemos estar discutiendo en plena libertad, un proyecto que ofrezca participación, también, a otros agentes sociales.
No siempre a los mismos.
*Luis David Picolomini, Periodista.