VIII
La irresistible Clarita Paz
El sol se enseñorea impiadoso sobre el otoño austral. La temperatura desoye almanaques y la flora y la fauna hacen de cuenta que será verano para siempre. Yo, en tanto, aparento derretirme en el ultra sofocante rincón destinado a la cibernética.
Apabullado por el clima, decido poner distancia con mi inexistente concentración y tomo las calles de la ciudad por desahogo. Necesito escribir, como si en ello me fuera la vida. Una angustiante sensación de ausencia de algo, se apodera de mi humanidad. Transpiro.
Al cruzar el puente Frondizi, recuerdo los restos que conocí del Club El Remo. También, entremezclo mejores circunstancias que tuvieron, a ese mismo paisaje, como amparo de mi adolescencia. Ya todo ha cambiado, pero las instantáneas fluyen mientras recupero la barranca oeste del Ctalamochita.
Ya, al cobijo de los ciclópeos eucaliptos que coronan la ribera del río omnipresente, pienso en don Agustín. Ha pasado algún tiempo de nuestro último encuentro y advierto que su ausencia se hace notar en mis reflexiones cotidianas.
Pocos pasos más adelante de mis cavilaciones, escucho desde algún punto cercano del entorno natural, la inconfundible y sosegada vocecilla del anciano sabedor de las lejanas cosas del pueblo.
-¡Don Agustín! …¿Por cuáles sitios se había metido?
-No le entiendo, joven…
-Digo que, ¿Adonde había ido a parar durante todo este tiempo…?
-¡Ahh! No…en realidad no estuve lejos…
-Vio que lindo veranito que seguimos teniendo…Por las nochecitas se pone mejor…
- Lo pone romántico a uno…
-¿A usted también…?
-No…yo digo, nomás…
-Es que estas arboledas, este silencio compartido con el devenir de las aguas del río, vestidas con pinceladas de las luces del entorno…invitan a soñar…
-Siempre fue así, de tal manera que pocos podían resistirse a darse una vuelta de tanto en tanto para este lado de los caminos. Su hospitalidad y su especial predisposición para el esparcimiento y el romance hicieron legendaria a esta población.
Sin ir más lejos, vale recordar los días de 1819 cuando el general Belgrano, al mando del ejército grande, buscó refugio para su convalecencia final, entre la dedicada atención de los habitantes de Fraile Muerto. Aquí estuvo por espacio de un mes, hasta que, el gobernador Castro, lo hospedara en su propia casa de Córdoba, ante la gravedad de su estado.
Belgrano, en esos días, había alcanzado a socorrer a la propia esposa del Libertador, Remedios de Escalada, víctima del asedio de las tropas de Estanislao López. La joven dama pudo resguardarse en Fraile Muerto, durante dos días, hasta que fue comisionado José María Paz para protegerla.
Luego de ello y de conocer la firma de un armisticio con los opositores del interior, pudo Belgrano dejarse caer en su lecho de enfermo.
En tanto, la numerosa tropa a su mando, aprovechó la inesperada permanencia, para alternar en todos los estratos de la sociedad local. Así, los soldados, asombraban a la fracción modesta del lugar, alardeando sobre las hazañas y aventuras protagonizadas durante los días de lucha en las campañas del norte. La parte más pudiente, abría sus salas a los jefes y oficiales con agasajos y bailes de categoría. En todas las secuencias los juglares daban cuenta de los relatos de amor, de guerra y picaresca. Poco a poco, los naturales idilios comenzaban a concretarse.
-Dígame, don Agustín… ¿Los salones, eran lujosos, como para amparar tanto brillo?
-No…Le explico. A decir verdad, no eran muchos los lugares… Consistían en unas piezas de regulares dimensiones con pisos de ladrillos cocidos o de tierra compactada. Las paredes, de adobe, eran blanqueadas con cal que se traía de Córdoba. Los techos eran de paja embarrada soportada por cañas dispuestas una al lado de la otra, las que estaban sujetas con tientos a unos tirantes trabajados a filo de hacha.
-No eran muy vistosas…
-Por cierto que no, pero, era lo que había…y, mal no la pasaban.
-Veo…
-Y escuche…Una de estas salas, era del comandante Juan Paz, seguramente una de las más visitadas y recomendadas en todo el territorio…
-¿Cuál era el atractivo, para ser tan mencionada?
-Sencillo…La diferencia estaba dada en la belleza y simpatía de su hija, la agraciada doña Clarita Paz, verdadera flor del pago. La joven, imagínese, era virtualmente asediada por “los cortesanos del amor y solicitada como la fruta fragante y madura”. Todos los jefes y dignatarios que acertaban a concurrir al salón de su padre, quedaban presa de sus encantos. Aquellos bravos guerreros, partícipes victoriosos de mil batallas, ponían a los pies de Clarita, todo cuanto significaban sus posesiones.
De su aspecto, los tiempos han dejado trascender que era de un tipo netamente español -sevillana o andaluza- tez blanca, cabellos claros y ondulados, ojos azules penetrantes; todo acompañado por una voz bien timbrada y bondadosa, en su lozanía desbordante.
-¿Se conoce el nombre de alguno que lograra cautivarla?
-No…Eran tiempos que por esas salas exclusivas, transitaban personalidades como los generales Álvarez Thomas, Bustos, Arenales, Aráoz de Lamadrid, José María Paz, Francisco Bedoya, entre tantos otros dignatarios de la época, por lo que, cualquiera de ellos, podría haber competido por obtener, al menos, una amable sonrisa de la codiciada doncella.
-Pero…uno, al menos, ¿pudo atravesar el cerco?... ¿llegar a algo más con ella…? ¡Cuente!
-Tal parece…El cabal testimonio de que ello ocurrió, lo demostró una hermosa criatura, bella como su madre, que supo habitar en la vieja casa de don Paz, donde hoy existe el prestigioso Hotel Central. En dicho solar, la otrora inquietante Clarita Paz, dedicó sus días posteriores a la docencia, rodeada de higueras y talares, junto a la jubilosa risa de su adorada niña.
-Eran otras épocas…
-Si, joven, lo eran. “En aquellos salones, a la luz de las velas, nacían los idilios, los romances, los amores volcánicos. Las pasiones fulgurantes, que muchas de ellas quedaron ardiendo alimentadas por aquellos corazones que un instante latieron al unísono, respondiendo a las leyes inmutables y eternas de la especie. Muchos de estos males de amor, llegaron a curarse con un sacerdote, otros, se sacrificaron sencillamente en los altares libres del himeneo, bajo la seductora promesa del más adelante, lo que era más común en el pueblo…”
-Espere, espere… ¡Vaya más despacio que estoy tomando nota…!
-Bueno…Si quiere, también, anote que, al poco tiempo que hubo de ser trasladado Belgrano hacia Córdoba y el ejército grande se marchó de Fraile Muerto; se vio notoriamente incrementada la tasa de natalidad, en los registros de la vieja parroquia.
-¡A la flauta! Ojalá eso no se haya repetido cada vez que pasaba por el poblado algún notable o militar de regular graduación…
-De eso, hágame acordar que le hable en algún encuentro venidero…Si lo hay…
-¡Claro! Ahora se toma el tren… ¡Ya parece Sarmiento, usted!!
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